Si habeis visto la película "El festín de Babette", conoceis la historia de aquella cocinera francesa que llega huyendo a una aldea perdida del norte de Europa. Allí después de aprender a hacer a la perfeccion la sopa de cerveza y el pescado seco de aquella región, se ofrece para preparar una gran cena de aniversario. Es el poder transformador del trabajo bien hecho.
Quizá en nuestra educación hay un déficit en lo que se refiere al cuidado de la casa. No recordamos de nuestra infancia mensajes positivos como: "-Si te portas bien, pondrás tu sola la mesa-", o "-si haces pronto los deberes, me ayudarás a hacer un pastel-".
Mas bien hemos oído frases como: "-¿que haces oyendo música?, ¡venga! a recoger la mesa-".
Toda la alegría y la creatividad que lleva consigo el trabajo doméstico queda minimizado al destacar sólo el aspecto repetitivo o monótono. Vienen a propósito aquellas consideraciones de Rilke en "Cartas a un joven poeta": "Si su vida cotidiana le parece pobre, no se queje de ella; quéjese de usted mismo, dígase que no es bastante poeta como para conjurar sus riquezas: pues para los creadores no hay pobreza ni lugar pobre e indiferente."
O lo que contesta Babette cuando los demás se lamentan de que va a seguir siendo pobre al haberse gastado todo el premio de la lotería en preparar la cena: “Un artista nunca es pobre.”